Esta novela (o “nivola,” a lo Unamuno) está animada por la fuerza arrebatada de la aventura amorosa. Lucía Lugo representa aquí la capacidad de reinventar el amor en el esplendor del deseo. Despertando al mundo de los sentidos, ella es una muchacha venezolana que descubre su sensorialidad y su limpia fe amorosa, en el espacio de desafío masculino y aventura que es el mundo taurino. En una España de represiones, en pleno franquismo, esta joven criolla, mundana y elegante, vivirá su mayor libertad como el descubrimiento de su misma integridad. Que los toreros en su vida lleven nombres reales declara el juego sutil del relato: el tránsito entre la pasión de la ficción y el humor de la biografía. Ese ir y venir de la certeza de lo soñado a la ficción de lo vivido, se reproduce en el diálogo entre la narradora y su perro, que son “autores internos” y cómplices elocuentes de la escritura de la novela. Entre el toro ibérico, fuerza primitiva, y el perro doméstico, ironía novelesca, Lucía y sus toreros discurren con fiereza y arrebato, entre la vida más verdadera, la que se decide en la intimidad amorosa, y la comedia más liviana, la social, que se cierne como destino. Los hombres, demuestra Lucía, o son toreros o son sementales. La novela no busca resolver los dilemas que plantea, pero los despliega a pulso para encantamiento de la lectura y complicidad del lector. La pregunta por la Mujer y por el Amor es la zozobra emotiva que sólo la pasión responde, momentánea. Esta es una novela valerosa, que brilla con su tema, que a veces es excedida por sus preguntas pero que como su memorable personaje, no se rinde a los límites del lenguaje porque no son los del amor, que es siempre, felizmente ilimitado. Fresca, amena y vivaz, esta novela se lee con apetito encantado.